De repente, ha llegado el verano. No sé por qué pero mi piso es muy fresco, y llevo tanto tiempo encerrada que no me había dado cuenta del calor de mil demonios que hace ahí fuera. Mi relación con el calor es mutua: él no me soporta a mí y yo no lo soporto a él (o a ella, según la región en la que vivas). Me espera un mes muy largo, entre exámenes de docentes psicópatas y proyectos con fecha de caducidad. Y el clima no acompaña.
Hoy he salido y he encarado el sol de frente. No me gustas, le he dicho, y él, como única respuesta, me ha taladrado el cráneo con su habitual conjunto de rayos UVA y UVB de mal gusto. Nunca juega limpio, sobre todo en esta ciudad de encapotamiento, polvo y angustia.
N.B.: He tomado un par de decisiones laborales que espero que sean las correctas. El planeta da vueltas encaramado a un paralelogramo plano de medias verdades, y espero poder tener la habilidad de robar un par de centímetros cúbicos de quintaesencia para acompañar mi trajín diario. No sé qué estás mirando, Tierra, pero ábrete en una sonrisa e ilumínanos durante unos meses con lucidez y armonía.
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